Luis Antonio Pérez-González, profesor titular de Psicología de la Universidad de Oviedo, encabeza desde hace años un equipo de investigación sobre la aplicación del análisis de la conducta en niños con trastorno autista. Una de sus discípulas, la suiza Séline Perrin, recibió recientemente un premio de investigación de la Asociación Internacional de Análisis de la Conducta (ABA Internacional), que le permitirá indagar sobre cómo se genera el lenguaje y diseñar procedimientos que estimulen el aprendizaje en los niños con autismo. Cuando las familias buscan ayuda para tratar a sus hijos encuentran multitud de ofertas: hipoterapia, trabajo con delfines, dietas... pero el profesor Pérez-González asegura que «ninguna de esas terapias es habilitadora», lo que significa que ninguna puede hacer que los niños dejen de padecer autismo. «El análisis de conducta sí es efectivo», afirma, y para avalar esa rotunda manifestación aporta algunos datos: «El 40 por ciento de los niños tratados con técnicas ABA (análisis aplicado de la conducta) sale adelante y el resto mejora». ¿Qué significa salir adelante? «Con 8 o 10 años, en una clase con niños sin problemas, un experto no distinguirá a ese niño de los demás».
En el 99 por ciento de los niños tratados con un programa intensivo ABA durante más de un año, agrega, se consigue que el niño hable. Según el profesor, «ABA no es un sistema, es una metodología de investigación de aprendizaje y se puede aplicar a cualquier persona». De hecho, cuenta que en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, hay un profesor que desde hace ya tiempo aplica esta metodología en escuelas sostenidas con fondos públicos y en las que conviven niños con autismo con otros de desarrollo normal.
Al evaluar los resultados, todos los niños, también los que presentaban algún trastorno, estaban por encima de la media nacional de los alumnos de los centros de todo el país. «Algunos son procedimientos sencillos, que están ahí desde hace tiempo. Asturias podría aprovecharse de ellos y, sin embargo, se aplican mucho más fuera que aquí», se lamenta. En Asturias el respaldo de las administraciones públicas es mínimo, dice. «Los niños que salen adelante son los que tienen padres que se informan y eligen el procedimiento adecuado», reconoce.
Además, los profesionales preparados para ofrecer este tipo de tratamientos escasean. «La formación es muy pobre», opina. Un título de maestro, logopeda o psicólogo es insuficiente para ayudar a niños con estos problemas. «Los directores de centros efectivos han recibido una formación específica muy sólida, con doctorados o maestrías, de varios años de duración», indica. La Universidad de Oviedo es pionera en la investigación en este campo.
El grupo que dirige Antonio Pérez-González está formado por investigadores de diversas universidades. De él forman parte Gladys Williams, del Centro para la Investigación y Enseñanza del Lenguaje de Oviedo; José Julio Carnerero, director del Centro Al-Mudares de Córdoba; el profesor Arquímedes Valdés, de la Universidad de La Laguna, varios estudiantes de doctorado y becarios. Todos investigan en la misma línea. «Lo fundamental para ayudar a los niños con autismo es entender cómo los niños aprenden el lenguaje», indica el jefe del equipo.
En eso se aplica Séline Perrin, que trabaja con niños de 5 años en un colegio público ovetense, observando cómo crean lenguaje nuevo. Trabaja con ellos individualmente, por períodos de 10 o 15 minutos, haciéndoles preguntas, anotando sus respuestas y analizando sus respuestas por las tardes, con sus compañeros de equipo. El objetivo es incorporar nuevos procedimientos de estimulación del lenguaje. «Estudié Psicología en Ginebra, allí trabajé con un niño en el único centro que aplicaba el análisis de conducta en personas con autismo», cuenta Perrin. «Ver a los niños aprender y sentir que yo podía enseñarles», comenta, fue el estímulo que determinó su traslado a España. «Pocas universidades hacen estudios sobre el lenguaje con esta metodología que resulta tan útil», reconoce su profesor, y Oviedo es una de ellas, la única en España.
Perrin constata que hace falta gente con formación específica para tratar a estos niños. En Inglaterra existen varias escuelas que aplican el ABA; también en Francia, en Lille. La incidencia del autismo en la población es, según Pérez-González, de un niño de cada 150 nacidos. Ese trastorno se atribuye a alteraciones genéticas no heredadas en un 95% que limita la capacidad de comunicación de quien lo sufre.
Con el análisis de conducta, comenta, «el niño aprende con interacciones muy cuidadas». Si el niño no responde a los estímulos comunes, como mirar a la madre o seguirla con la mirada cuando se mueve, el análisis de conducta puede introducir elementos que le hagan reaccionar. El diagnóstico temprano, hacia los 2 años de edad, y la aplicación de un programa intensivo de análisis de la conducta, por parte de un profesional con un máster en ABA, sería, según Pérez-González, el escenario idóneo para conseguir que un niño con trastorno autista superase sus problemas.
LA NUEVA ESPAÑA. - Elena Fernandez Pello.
0 Comments:
Post a Comment